1.868-1.969
Aventurera.
Nacida en Francia.
Hija de una católica ferviente y acaudalada
vendedora de telas y de un intelectual masón, antimonárquico e intimo de Víctor
Hugo. La madre deseaba un niño y la
desilusión con el nacimiento de Alexandra la llevó a abandonarla en manos de
las institutrices.
Sería años
después una superdotada que se interesaba por todo. A los catorce años huyó de
casa y envió un telegrama desde Holanda, pidiendo dinero. Poco tiempo después,
escapó y llegó a España. Fue por entonces cuando sus padres se acostumbraron a
su carácter y aceptaron verla partir sin saber hacia donde iba. Era austera, no
le importaban las diversiones de los jóvenes de su edad y tampoco vestir bien.
En uno de sus viajes conoció en Londres a componentes de la sociedad teosófica
y estas experiencias la llevaron a matricularse en la Sobona, donde estudió
sánscrito.
Con una pequeña
herencia, partió tiempo después hacia la India y comenzó una nueva vida. Estaba
soltera, tenía veinticinco años y se dedicó a estudiar canto. Como soprano fue
contratada en Asia y, hasta los treinta y dos años, se volcó en la música, a la
vez que convivía con un compositor belga, con quien nunca se casó. Cuando su
carrera como cantante declinaba, consiguió un trabajo en un casino en Túnez, y
allí conoció al acaudalado Philip Néel. La decisión de casarse pudo
relacionarse con la necesidad de crear para sí un entorno menos conflictivo.
Hasta ese momento, además de cantar, impartía conferencias y escribía artículos
sobre las religiones, pero como mujer y soltera no se la tomó en serio.
La búsqueda espiritual le ocupó los años
siguientes, y señaló que en el mundo
musulmán el budismo estaba lleno de supersticiones. Buscando la doctrina pura,
contraria a los sistemas de castas y conmovida por la situación de las viudas
en la India. Se sumergió en el estudio de una religión que la llevó a ser la
primera mujer que se entrevistó con el Dalai Lama. Poco a poco su fama creció;
la llamaban la diva egocéntrica.
Si hubiera sido un hombre, a su regreso a
Occidente hubiera recibido los honores de la Academia. Como mujer tuvo que
contentarse con una actividad menor y sufrió la falta de reconocimiento.
Regresó con un niño adoptado a una Francia empobrecida por la guerra, a los brazos
de un marido suspicaz que no aceptó al niño. Además, la comunidad intelectual
no estaba interesada en su sabiduría sino en la frivolidad de exotismo y en los
detalles pintorescos.
Cuando murió a la edad de ciento un años, dejó
inconclusa parte de su obra y , si bien su peregrinaje exterior puede marcarse
en los mapas, el peregrinaje interior la llevó a una investigación sobre el
budismo que nunca pudo concluir. Es autora de Viaje a Lhasa (Península,
1999).
Increíble, no la conocía. He quedado anonadada. Un abrazo.
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